miércoles, 28 de enero de 2015

Romance de la caverna

Desde que yo fui nacido
estuve inmovilizado,
muy próximo a otros hombres
que yo consideré hermanos.
Por los tobillos mis pies
a unos grilletes pillados,
por la nuca mi cuello
a una pared enganchado.
A unas sombras movedizas
mi mundo era limitado,
y por eso yo pensaba
que eran todo lo creado,
mas yo pude ver que no,
pues luego fui liberado.
Me vi en una oscura cueva,
con un fuego al otro lado,
que proyectaba esas sombras
que tanto había mirado.
Quise salir de la cueva,
y yo me quedé encegado,
por una muy fuerte luz,
¡hay que ver qué fogonazo!
En las sombras me mantuve,
durante mi primer rato,
empezando a conocer
los objetos de ese espacio.
A continuación miré
los reflejos en un lago,
y cuando cayó la noche
me deleité con los astros:
con Selene y las estrellas,
que brillaban con encanto.
Mirando el amanecer,
centelleante y dorado,
quedé yo muy satisfecho,
pues conocí al mayor astro.
Tras aquello me sentí
un tipo realizado,
y volver quise a la cueva
en la que me había criado,
para hacer subir a aquellos,
que creía mis hermanos.
Cuando les hablé de todo
cuanto había contemplado,
me tomaron por un loco,
y sin razón me insultaron.
Al intentar yo soltarlos,
¡enfadados me pegaron,
e incluso con darme muerte
algunos me amenazaron!
Por eso allí los dejé,
quedando inmovilizados.
Desde entonces me dedico
a buscar encadenados
algo más inteligentes
que quieran ser liberados.
Quiera Dios que tenga suerte,
¡pues apenas he empezado!
Héctor Rodríguez Sánchez, 2º Bachillerato