MENCIÓN EXTRAORDIANARIA
BACHILLERATO
"LUTHER"
José Luis Fernández Utrera
1º Bachillerato C
Las tinieblas se cernían sobre los ciclópeos chapiteles de
la ciudad, creando contrastes y contornos afilados sobre el fondo de la luna.
Algo inefable acompañaba la llegada de la noche, una ectoplasmática sensación
de gelidez y la agitación de los densos bosques en la lejanía. Una apatía
colectiva reinaba en la ciudad por la noche. Mientras las buenas gentes corrían
a sus moradas para cerrar a cal y canto, otras, no tan buenas, tomaban las
calles detestables y húmedas. La avaricia por el dinero fácil hacía de los
cortagargantas y los callejones un lienzo, estampado con el sello escarlata de
otra víctima que moría con la seguridad de que su dinero acabaría viajando a
través de las venas de su agresor, amén.
Entre prostitutas y proxenetas, etre mendigos y camellos
caminaba Luther. Él no se sentía mejor que nadie, pues había salido de la misma
cloaca que el resto, tampoco tenía grandes aspiraciones ni sueños de plata,
pues sabía que el último tren abandonó la estación hace tiempo. Se limitaba a pasear mientras fumaba, a Luther les
fascinaba ver el humo gris salir ondulado mientras lo soltaba. Luther era
heredero de un linaje maravilloso: un abuelo violador al que lincharon en
prisión, una madre alcohólica, depresiva y con miedo al rechazo y un padre al
que un gángster le vació un cargador de 9 mm por una deuda de heroína, con tan
maravillosos progenitores, cualquiera esperaba que cumpliera la mayoría de edad
en un correccional o algo peor. No obstante, tuvo suerte, no en balde, ya que
fue repentinamente acogido por un desconocido familiar que le dio un hogar, una
identidad y una pasión. Luther adoraba los libros- ¿Qué, en serio?- Pues si,
desde muy joven su tío Butch había
estado leyéndole una muy diversa variedad de libros, desde cuentos infantiles a
prosa fantástica, y más tarde cuando tuvo edad suficiente, el mismo se zambuyó
en un vasto mar de letras, desde los clásicos de Grecia y Roma hasta autores
más posteriores, como Proust, Nietzsche, Bakunin, Shakespeare, Bukowski, E.
Alan Poe, H. P. Lovecraft y un largo etcétera.
A pesar de que su tío Butch lo pensaba, su sobrino no era
una persona muy inteligente, aprendió a
hablar bastante tarde, era socialmente inepto, le costaba muchísimo hacer
cálculos matemáticos de cabeza… Os hacéis a la idea. No obstante, no vayáis a
pensar que el bueno de Luther no tenía ninguna cualidad, pues si que la tenía:
una enorme capacidad creativa. Pero no para dibujar (pues por más y más que lo
intentase sus dibujos, aunque muy originales, no eran nada buenos ), ni para la música (mejor no
hablar de ello…), sino para las letras. Luther se recreaba en sus mundos,
creados por él mismo, y más que narrar historias inventadas, creaba un universo repleto de vida y personajes y se
convertía en un testigo invisible de los acontecimientos que ellos, no él, iban
desencadenando. Además Luther era capaz de viajar en sueños a escenarios
recreados por su brillante imaginación de libros que había leído. Ahora con 18
años recién cumplidos, paseaba por las malsanas calles, cabizbajo, con las
manos metidas en los bolsillos de su cazadora y un cigarrillo entre los labios.
Abandonó las callejuelas, estrechas y lúgubres y caminó 20 minutos en línea
recta, cruzando varias calles hasta llegar al “Wretched Sapwn” su lugar
favorito de la ciudad.
Era un anticuario, de esos pequeños y polvorientos, con
estanterías abarrotadas que forman
pasillos estrechos, de esos en los que el interior está apenas iluminado por
tenues bombillas, pero eso era parte del encanto del lugar, el escaparate de la tienda era una cristalera ahumada, casi opaca, con una
recreación del demonio Pazuzu estampado en grande. Luther sorteó la puerta
haciendo titilar la campanita que daba la bienvenida, tras el mostrador estaba
escondido tras unas enormes gagas y un periódico de letras grandes, su amigo
Giovanni. Se trataba de un inmigrante, como habrás adivinado, venido de Italia,
un anciano de tez morena y arrugada, con cejas tupidas, un pelo escaso y cano y
una nariz enorme
-
Buenos días, chaval- saludó Giovanni apartando la vista
de su lectura.
-
Buenas, ¿cómo va eso?
-
Pues como siempre, pasado mañana recibo otro lote, hay
algún cliente interesado, lo dejo caer.
-
Oído, gracias.
Pasear la vista por las estanterías de aquel lugar era un
completo desfile de emociones para Luther, allí había tarros llenos de dientes
humanos, botes de formol con retorcidos órganos flotando en su interior, libros
de épocas remotas, estatuillas de madera y bronce, tallas de marfil, obras de
arte de apariencia etrusca… El olor a añejo de aquel lugar bastaba para desatar
la imaginación del, como Giovanni lo llamaba, chaval.
Después de la ruta, entró en la trastienda, el viejo le
dejaba entrar allí cuando quisiera, incluso había adaptado un espacio para su
joven amigo, gracias a un pupitre, una silla de respaldo alto y una gran
lámpara. Sobre el pupitre había una pila de libros amontonados, él abrió el
primero por el marcapáginas y se metió de cabeza en una novela de caballerías,
escrita en el renacimiento, aunque esa era muy posterior, y voló a través de la
verde campiña, cabalgó por caminos pedregosos, se enfrentó en justa lid a sus
adversarios lanza en ristre, galanteó doncellas y festejó con vino sus
victorias. Para cuando levantó la cabeza, su amigo estaba frente a él
sonriendo:
-
Vamos a cerrar, chaval
-
Dios, ¿qué hora es?
-
Tarde
-
Joder, mi viejo se va a cabrear
-
Entonces corre, yo cierro
-
¿Seguro?
-
Sí, sí, date prisa
Se levantó, sin siquiera cerrar el libro, salió a toda prisa
de la tienda, y corrió a su casa.
Luther llegó a casa. Tras la reprimenda y otras actividades
a las que daremos menos importancia, se fue a dormir. Y soñó…
Soñó estar en medio del océano, el agua era densa como el
aceite y el sol formaba columnas de luz iridiscente al penetrar con fuerza las
aguas. Las corrientes desplazaban a Luther a velocidades surrealistas por las
aguas torrentosas, acompañado por grotescas criaturas de fisonomía imposible.
En ocasiones era rozado por estas. El tacto del limo, que sus quitinosos
exoesqueletos exudaban, era espantoso, y notar el susurro de un millar de patas
por sus extremidades lo era aún más. Con el corazón oprimido, pestañeó y ya no
estaba en el océano (si bien su piel seguía húmeda), sino en un corredor
tallado en piedra. La oscuridad lo envolvía todo, pero Luther sintió que la
oscuridad no sería un problema y todo se llenó de luz, cada recoveco, cada
veta, cada talla, y al acariciar los paneles y notar el tacto de la piedra
Luther sintió que el mineral que dormía ante él procedía de otros tiempos, de
mares olvidados y océanos en condena, y ni el polvo de los eones se atrevía a
profanar los grabados que yacían incorruptos.
Deslizando la mano por la piedra fue transportado a un
tiempo primigenio. Y escuchad lo siguiente:
“Si el tiempo tuvo un principio, Demeogôd estuvo allí para
verlo. Proscrito de un universo por el que vagaba, mártir sin causa, desovado y
arrojado antes de que el polvo estelar crease las estrellas, él se movía como
un cuerpo celeste más. Este ser, maldecido, del tamaño de una constelación,
portador de la verdad que arrojará el caos sobre el cosmos, habita”. Y Luther
sintió un enorme pesar en su pecho, al pensar inconscientemente que cuando la
razón duerme, monstruos surgen del cementerio de recuerdos.