Alba Serrano Payer, alumna de 1º de Bachillerato del IES Turaniana, ha quedado entre los seis finalistas del Concurso de Disertaciones Filosóficas de Andalucía y el próximo 1 de Abril debe ir a Sevilla a defender su disertación en la final.
Esperamos que tengas muchas suerte Alba, y que todo salga bien.
Os dejamos con su trabajo.
Os dejamos con su trabajo.
EL
SENTIDO DE LA VIDA Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
Joyce
La
evolución exponencial y la convergencia de las nuevas tecnologías
son un mecanismo evolutivo que transforma la identidad humana y que
está creando en la actualidad una nueva humanidad, lo cual, no es
ciencia ficción, ni el fin de la especie humana. De manera que, la
preocupación por el sentido de la vida y la aspiración de
progreso del ser humano siempre será vivir más y mejor, en una
búsqueda continua de la felicidad, el conocimiento, la verdad y la
sabiduría. En mi disertación voy a explicar de dónde viene este
desarrollo tecnológico y a dónde nos puede y nos debe llevar.
Desde
los albores de la humanidad, el devenir de la especie humana comenzó
con la hominización y la humanización en un proceso biológico
que, con ayuda de la técnica, la ciencia y la tecnología, nos ha
llevado hasta el homo sapiens actual. Pero, la evolución de la
especie humana no ha llegado a su fin, sino que sigue su curso con
la intervención de las nuevas tecnologías en un proceso no
biológico, que pasa por el ciborg, hacia el transhumano y
posteriormente, el posthumano. Por lo tanto, se podría decir que
estamos en presencia de una nueva antropología física, social,
cultural y filosófica, cuyo fundamento es la superación de la
teoría sintética de la evolución del ser humano como consecuencia
de la aplicación de las nuevas tecnologías. Por ello, y debido a
que este proceso evolutivo es paulatino e inexorable, resulta urgente
considerar una nueva ética de la responsabilidad humana sobre el uso
y el abuso de las nuevas tecnologías.
Así
pues, ¿qué quiere decir del australopithecus al ciborg? Se refiere
a la fusión del hombre y la tecnología en una nueva evolución no
biológica o tecnológica de la especie humana, es decir, un híbrido
entre el homo sapiens y la máquina. Hoy en día ya podemos decir que
estamos en la era ciborgs o del humano bionico, ya que convivimos
con muchas personas, que tienen toda clase de prótesis e implantes
mecánicos o electrónicos, que pueden paliar cualquier deficiencia
anatómica o fisiológica que posean, por ejemplo, los marcapasos,
las válvulas, los microchips, las extremidades artificiales, el
interfaz humano-ordenador, etc.
En
consecuencia, ¿es la tecnología un mecanismo evolutivo?, no cabe
duda que sí, dado que la evolución anatómica ha sido sobrepasada
por las nuevas tecnologías, en particular por la manipulación
genética, la genómica, la biotecnología, la medicina etc., por
ejemplo, hoy ya se pueden clonar animales, hacer plantas
transgénicas, manipular genes, diseñar nuevas especies, etc. Por
tanto, la evolución humana ha dejado de ser un procedimiento
biológico puramente mecánico y al azar, toda vez que, con las
nuevas tecnologías se puede diseñar intencionalmente una
evolución humana no biológica. Así pues, la teoría clásica de
Darwin, las leyes de la herencia genética de Mendel y el concepto de
mutación han quedado superados por las nuevas tecnologías.
En
cuanto a la pregunta, ¿la tecnociencia está creando una nueva
humanidad?, la respuesta es afirmativa, dado que la cibernética, la
biónica, la robótica, la microelectrónica, la bioinformática, la
nanomedicina, las bioimpresoras 3D y la inteligencia artificial están
transformando la anatomía y la fisiología del ser humano, por lo
que, supone un nuevo proceso evolutivo de hominización y
humanización.
Luego
entonces, ¿qué significa ser humano en la civilización
tecnológica?, significa que es pluridimensional, es decir, que tiene
una nueva dimensión biológica, social y cultural. En relación a la
dimensión biológica, el ser humano es fruto de un proceso evolutivo
biológico de hominización, durante el cual, hemos tenido unos
cambios anatómicos y fisiológicos, que se produjeron como
consecuencia de la bipedestación, el crecimiento del cerebro, el
desarrollo del aparato fonador y el retraso del desarrollo
madurativo. Estos cambios posibilitaron un proceso de humanización
mediante la aparición de nuevas conductas, entre las que cabe
destacar la fabricación de utensilios y armas que exigían
planificar, proyectar, diseñar y manipular materiales con habilidad
y destreza, buscando su utilidad, o sea, tal y como se produce hoy en
día con las nuevas tecnologías, pero a un nivel extraordinariamente
superior. El control del fuego fue un hito crucial, pero uno de los
rasgos específicamente humano de la especie fue la comunicación
por medio del lenguaje, tal y como hoy ocurre con las
telecomunicaciones, las redes sociales, internet y el desarrollo de
la sociedad de la información y de la comunicación.
Con
respecto a la dimensión social y cultural, durante el proceso de
humanización fueron apareciendo conductas que no estaban impresas en
el ADN. Por tanto, no podemos quedarnos en el nivel puramente
biológico o físico, ya que, sobre nuestra constitución natural
edificamos la sociedad y la cultura que es una especie de segunda
naturaleza para el ser humano. Vivir en sociedad es tan consustancial
al ser humano como sus rasgos anatómicos o fisiológicos. Así, la
cultura es un proceso evolutivo semejante a la evolución natural.
Sin embargo, la diferencia está en que la evolución biológica es
al azar e inconsciente y la evolución cultural es intencional y
consciente, tal y como ocurre con las nuevas tecnologías, que
tienen un extraordinario poder de transformar y crear una nueva
humanidad en cuanto a su naturaleza, cultura, sociedad e identidad
humana. En otras palabras, ¿conservamos o diluimos nuestra identidad
con las nuevas tecnologías?, evidentemente, las nuevas tecnologías
están creando y transformando una nueva identidad biológica,
social y cultural del ser humano. Aun así, seguimos conservando
unos patrones, unas estructuras inconscientes y unos universales
culturales, que caracterizan a toda la humanidad. No obstante,
nuestra identidad humana también es dinámica, cambiante y
contingente al momento histórico, social, económico, tecnológico
y cultural que nos toca vivir. Así, de acuerdo con Michel Foucault
“cada época histórica genera el modelo de persona que más le
conviene”.
Así
pues, desde la ilustración, la identidad del ser humano
descansaba en dos pilares, la racionalidad y la idea de progreso,
de tal forma que, los filósofos de la ilustración creían en el
avance científico y tecnológico y en el progreso económico y
social. Estas ideas generaron un optimismo sobre las posibilidades
del ser humano. Igualmente, en el siglo XIX, el positivismo, el
marxismo y el vitalismo, también creían en el progreso de la
humanidad, y defendían que el avance no lo debía liderar el
hombre, sino la ciencia y la tecnología. Sin embargo, Freud y
Nietzsche defendían que lo irracional era más importante que lo
racional y la idea de progreso de la humanidad se derrumbó, a
principios del siglo XX, con la gran crisis militar y económica que
generó el holocausto con las dos bombas nucleares.
El
resultado fue la pérdida del optimismo en la ciencia y la
tecnología, junto a una crisis sobre la identidad humana, como no
se había conocido otra igual. Entonces, nuevas corrientes
filosóficas intentaron dar una respuesta a la pregunta por la
identidad del ser humano, entre ellas, el existencialismo, el
estructuralismo y el personalismo. El existencialismo se preocupó de
la libertad, la responsabilidad humana, el sentido de la vida y la
consciencia de la muerte, siendo su más destacado representante Jean
Paul Sartre. En cuanto a la responsabilidad humana, los
deterministas negaban la libertad del ser humano y su
responsabilidad. Los indeterministas, sí imputaban responsabilidad
al ser humano, porque además de ser libres, somos seres racionales y
debemos prever las consecuencias de nuestras acciones.
Después
de tanta destrucción e irracionalidad, el tema de la consciencia de
la muerte y la búsqueda del sentido de la vida cobraron especial
relevancia, ya que el ser humano era el único ser consciente de su
propia muerte, lo cual obligaba a dotar de sentido a nuestra
existencia. Así, Heidegger afirmaba que el sentido de la vida
humana era su temporalidad. Viktor E. Frankl reflexionaba sobre el
hombre en busca de sentido, después de haber sobrevivido en un
campo de exterminio nazi, y Hans Jonas hacía la siguiente
declaración: “Cinco años como soldado del ejército británico en
la guerra contra Hitler. El estado apocalíptico de las cosas, la
caída amenazadora del mundo, la proximidad de la muerte, todo esto
fue terreno suficiente para propiciar una nueva reflexión sobre los
fundamentos de nuestro ser”. Como consecuencia, propuso una nueva
ética de la responsabilidad humana respecto al peligro que entraña
el progreso tecnológico global y su utilización inadecuada. De esta
manera, al estilo del imperativo ético kantiano, afirmaba Jonas:
“Actúa de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles
con la permanencia de una vida auténtica. No pongas en peligro la
continuidad indefinida de la humanidad en la tierra”.
Por
otra parte, el estructuralismo pretendía comprender la identidad del
ser humano mediante el análisis de la cultura y el simbolismo,
buscaba rasgos comunes, los patrones, los símbolos y las
estructuras inconscientes que se repiten y permanecen inalterables
en cada sociedad humana. En cuanto al personalismo de Mounier, este
giraba en torno al concepto de persona. Pero, ¿qué es persona?,
¿podrán los robots ser personas?, ¿puede vivir una máquina? Uno
de los rasgos de la persona es su dignidad y su valor incalculable,
ya que debe ser tratada con el máximo respeto y no como un medio
para conseguir un fin. En este caso, los robots al ser un medio para
mejorar la calidad de vida del ser humano, no podrán ser
considerados personas humanas, pero sí “personas no humanas”,
con sus derechos y obligaciones, tal y como pretende Corea del Sur,
que propone el debate sobre los derechos universales de los robots y
los androides. Otra característica de la persona es la libertad y
la historicidad en un momento histórico concreto; igualmente, el ser
humano es persona en la comunidad, donde comparte su existencia
hacia la trascendencia y la coexistencia. En otras palabras, los
humanos mejorados, los androides, los robots y los ciborgs
deberíamos vivir en sociedad con libertad y dignidad.
En
el último decenio del siglo XX, surgió un nuevo optimismo
tecnocientífico y otras corrientes de pensamiento, el
transhumanismo y el posthumanismo, que proponen una nueva identidad
humana con la superación de la naturaleza biológica humana, en sus
capacidades físicas y psíquicas, que supondrá una nueva especie
humana, un paso del humano al posthumano. Además, en el año 2005 se
publicó el libro “ La Singularidad está Cerca” de Raymond
Kurzweil, afirmando que la singularidad tecnológica es el momento
evolutivo de la humanidad en el que la inteligencia artificial iguala
y supera a la inteligencia biológica de todos los seres humanos.
Estas ideas son también defendidas por Vernon Vinge y Nick Bostrom,
entre otros muchos. A propósito de la singularidad, surge la
pregunta ¿puede pensar una máquina? No cabe duda que sí, y la
prueba está en el superordenador de IBM “Watson” que es capaz de
pensar y procesar la información, además, ganó a los mejores
jugadores del mundo en el concurso Jeopardy, e incluso, puede
realizar un aprendizaje profundo, que retroalimenta su conocimiento
con sus redes neuronales artificiales. En contraposición a estas
corrientes, se sitúan Stephen Hawking, Max Tegmark y Gordon Moore,
que alertan de los peligros de las nuevas tecnologías y abogan por
una ética que reconsidere los avances de las nuevas tecnologías a
la luz de la nefasta experiencia del siglo XX.
En
las últimas décadas del siglo XX y principios del siglo XXI, nos
encontramos en un momento crucial para la humanidad, porque tal y
como afirma la comunidad tecnocientifica, se están produciendo
simultáneamente varias revoluciones de las nuevas tecnologías con
una convergencia exponencial, que tienen un potencial extraordinario
de transformación de la civilización humana y de la vida en la
tierra,
a
saber: la manipulación genética, la genómica, la biotecnología,
la nanotecnología, la bioimpresora 3D de órganos, la
bioingeniería, la biología sintética, las células madre, las
terapias antienvejecimiento, el proyecto avatar, el conectoma y el
proyecto cerebro humano, los superordenadores y la computación
cuántica, la inteligencia artificial, los smartphones, la
microelectrónica, las energías limpias, la carrera espacial, la
robótica, la cibernética, la biónica…y un largo etcétera.
Estas
nuevas tecnologías, que más bien parecen ciencia ficción, son sin
embargo hoy en día una realidad. Así, en el 2013, Google, segunda
sociedad del mundo en capitalización, invirtió $1,5 billones en su
proyecto Calico, para combatir el envejecimiento, el alzheimer, el
parkinson, el cáncer, etc. Su meta es prolongar la vida y mejorar la
salud. También invierte varios billones de dólares en inteligencia
artificial. Otros proyectos de Google son: el Proyecto Loon, para
acceso a internet en todo el mundo; las lentes de contacto con
sensores biométricos; los vehículos autónomos; el proyecto Jaquard
de ropa inteligente; el makani power, para generar electricidad más
eficiente, donde la energía no llega... Además, Microsoft también
desarrolla: la agricultura digital; el espacio de trabajo
compartido; el almacenamiento de datos de ADN y la creación de ADN
sintético; la holoportación de un modelo tridimensional; la
computación urbana para el tráfico, el consumo energético y la
contaminación. Asimismo, la inteligencia artificial se encuentra en
todos los ámbitos de las nuevas tecnologías con múltiples
aplicaciones, concretamente en la medicina, con el superordenador IBM
Watson, un asistente médico comercializado en los hospitales para el
diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades. No en vano, la
medicina es uno de los ámbitos que más sinergias tiene con las
nuevas tecnologías NBIC, es decir, la nanotecnología, la
biotecnología, la informática y las ciencias del conocimiento o del
cerebro. Igualmente, la supercomputación cuántica es un hito
extraordinario, que también es realidad, con el computador cuántico
D-WAVE, que ha sido fabricado por una empresa canadiense en
colaboración con la NASA y Google.
Ante
este panorama ¿cuál es nuestra inquietud? Las nuevas tecnologías
con su evolución convergente y exponencial están creando una nueva
identidad del ser humano y facilitando un nuevo desarrollo de la
humanidad, además, tienen como meta la superación de los límites
del ser humano, es decir, la lucha contra las enfermedades, el
sufrimiento, la muerte, etc. Sin
embargo, si
los seres humanos explotamos la naturaleza y nos volvemos
especuladores con la vida y con nuestra identidad humana ¿qué
calidad de vida tendremos?, es más ¿será posible la vida? Porque
la creación de riqueza es deseable, pero puede tener efectos
negativos por su desigual distribución y por la gran pérdida de
puestos de trabajo que ocuparan los robots y la inteligencia
artificial, además de los riesgos ecológicos, nucleares, químicos,
genéticos… muchas veces intangibles y globales. Por
tanto, si la tecnociencia no se aplica bien, podría ser un
instrumento de dominio y transformación de la naturaleza y de la
humanidad con efectos indeseables, por eso, de ella debemos esperar
un avance en el control sostenible de la naturaleza y una mejora en
la calidad de vida de la humanidad.
En
conclusión, resulta obvio que los avances tecnológicos permiten a
la humanidad progresos irrenunciables, pero debemos tener en cuenta
los precios a pagar y reflexionar si podemos evitar los efectos
negativos probables. De ahí que sea necesaria una bioética
dialógica cuyas decisiones deben adoptarse teniendo en cuenta a
todos los afectados por ellas. Igualmente es necesaria una ética de
máximos, que ofrezca pautas para que ante cualquier situación de
peligro para la humanidad y la naturaleza, sea posible decidir qué
hacer y revertir la situación con la mayor diligencia, cautela y
responsabilidad posibles; así como, una ética crítica,
deontológica y teleológica de la tecnociencia, cuyo fin sea
preservar la aspiración de progreso del ser humano en la
consecución del ideal de vivir más y mejor en una búsqueda
continua de la felicidad, el conocimiento, la verdad y la sabiduría.
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