Escribir
es sentir. Mirar hacia atrás es mirarnos hacia dentro. No es
recuerdo sino presencia. Hoy es un día para seguir sintiendo porque
es real y tú, Ana, eres parte de todos nosotros. No es despedida
porque nunca te irás, seguirás abriendo las puertas no físicas
sino las cerraduras de nuestros corazones. Tantos años juntos, los
edificios caen pero tú y tantos otros, dejan su espíritu, su
trabajo esforzado, fiel y ejemplar grabado en sus paredes encaladas
una y otra vez. Hemos pasado, he pasado momentos hilarantes, malos y
buenos, complicidad y cuitas a tu lado. Nos hemos reído de todo, de
lo humano y lo invisible al calor de las máquinas que escupían
papel y conocimiento. Escatología del abatimiento, fotocopiadora
disruptiva que no quería arrancar, centralita con teléfono pidiendo
ayuda y periódicos que van y vienen sin que nunca dijesen nada.
Amaneceres de agua y charcos, luces abriendo tu ventana y también
atardeceres cuando nadie quedaba, envolviendo a los pasillos de
secretos; cacofonía de voces que ya no están, de los trabajos y los
días, sueños y fracasos y otra vuelta de tuerca. Todo esto ha sido
posible porque tú lo has hecho posible. Tu pequeño espacio, tierra
de nadie, confesionario y botiquín del alma reconfortaba mi ánimo
en la caída y voy corriendo también a decirte que todo está bien y
que hay un mañana. La clase ha salido bien y voy a darme otra
oportunidad en parte porque tú has apuntalado la ilusión ante el
desaliento. Viniste de Obras Públicas y sin querer has construido
amor ennobleciendo esta profesión de románticos. Tu fuerza, sonrisa
y humanidad puede con todo; honores fingidos, escarnios o envidias
que se disiparon en el vacío de lo fútil y que jamás vencieron a
quién ha dado una vida por los demás; esposa, madre, abuela,
compañera y amiga. Tu niño, así me llamas, a quién reprendes
eternamente y quieres, te escribe estas líneas sabiendo que
seguiré cerca de ti como todos los aquí presentes. No me
acostumbraré a no reírme del oráculo, no de Delfos sino roquetero,
sabios chascarrillos de una mujer del puerto, de tu ampuloso
maquillaje sin igual, ave del paraíso y la perfecta armonía y gusto
de tus ropajes y complementos. Tampoco a ese pico de oro, oratoria
que fustiga y consuela, porque la verdad duele a quién no quiere
conocerla. Todos los folios que escriba con mi mala letra se
mostrarán pequeños ante tu presencia porque siempre has llenado los
márgenes y los renglones torcidos de mi vida. En tu honor, cogeré
mañana una humilde tiza y pondré con caligrafía del ayer tu nombre
en la pizarra que me ha visto crecer a tu lado.