jueves, 13 de mayo de 2010

De por qué es justo que nos nieguen la Felicidad


Una de las citas más famosas atribuidas al actor Groucho Marx era aquella que rezaba: "Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...". De este modo, Marx resumió la popular creencia que defendía la efectividad del dinero a raudales como fuente inagotable de felicidad e ironizaba con la postura contraria. El bienestar económico en nuestro tiempo conlleva una digna calidad de vida, así como reconocimiento social y seguridad, posibilidades plenas y relativa tranquilidad. No parece precipitado asumir que ésta es una de las hipotéticas vías hacia la felicidad.
Sin embargo, la felicidad del ser humano no parece estar directamente relacionado con la capacidad de su bolsillo. Tampoco está más satisfecho el más sabio, o el más popular, o el más respetado. Ni siquiera el que menos quiere o menos necesita, ni el más idiota. Ninguno de aquellos individuos podría jamás cumplir todos los requisitos que convierten a alguien en una persona feliz. Algún tipo de misión imposible. Pero, aun en el excepcional caso de que lo lograran, ni entonces siquiera, serían recompensados con la felicidad.
La ambición humana, su curiosidad y el afán de superación no permitirán a nuestra especie más que amagos de una felicidad completa y real. Es un fin, un objetivo y una recompensa que apenas podríamos ser capaces de concebir o comprender. No está en nuestra naturaleza ser felices y darnos por satisfechos, porque ello atenta contra nuestro modo de ser. Es descabellado pensar en ser ambicioso siendo al mismo tiempo feliz. Carece completamente de sentido. Una persona que goza del bienestar absoluto no se plantea mejorar, avanzar, investigar; no es ambiciosa. Si la felicidad estuviera al alcance de la raza humana nos habríamos estancado hacía tiempo, no nos habríamos preocupado de buscarla y de saber y probablemente a la vida tal y como la conocemos hoy se le atribuiría otro sentido; uno que, decididamente, no nos convendría.
Es por ello que la felicidad es otra más de aquellas grandes cosas que se nos han negado no de forma gratuita, sino con una buena razón. Y es que el hombre feliz no puede valer más que para disfrutar de su propia felicidad, porque ésta es un fin en sí misma. El hombre dichoso, el que lo ha logrado todo, no busca, no encuentra y, por tanto, no progresa. En la búsqueda de la felicidad está el progreso, y en no hallarla, la recompensa.

Gema Ramírez Rodríguez, 1º Bach. C.